martes, 3 de mayo de 2011

Historia de un amor, una sonrisa y una flor...

Había comprado unas flores, consciente de mi dificultad para hacer regalos a gente no conocida. Mi misión era hacer al menos tres contactos esenciales. Caminé sola hasta un parque cercano. En el último cruce vi una pareja de ancianitos, llamaron mi atención y pensé que llevarían muchos años juntos compartiendo su amor. Su rostro parecía cansado, tenían una mirada triste caminaban de forma paralela, juntos pero con distancia. Al ponerse el semáforo en verde, ellos continuaron su camino y yo el mío. Al llegar al parque, observé una persona tumbada en un banco. El hombre estaba dormido, reposaba junto a lo que supuse eran sus pertenencias, un carro, un abrigo y varios pares de calcetines tendidos en el respaldo del banco. Estaba hinchado, sus manos y pies tornaban un color amoratado, tenía una barba larga y gris y una nariz que me recordó a la de David el nogmo. Sentí una especie de ternura, no juzgué, deseaba acercarme a el y así lo hice. Esperé unos segundos a su lado pero no despertó, así que dejé una flor junto a el. Continué mi andadura y a los pocos pasos encontré un grupo de señoras reunidas en unas mesitas, conversando y riendo. Un poco mas adelante observé a los viejitos de antes sentados en un banco. Ella leía una revista y el hombre la miraba. Me acerqué a ellos y al llegar a sus pies les dije :

“Buenos días”,

“Buenos días”- me contestaron

“Me gustaría dejarles una flor. He pensado en todos los años que llevarán juntos y me ha parecido muy bonito”

“No, no queremos flores”- Me dijo la señora

Miré al señor y con voz triste me dijo- “No la gustan”

Entré en aquella mirada cansada, tenía unos ojos grisáceos y unas pestañas cortitas. Le sonreí.

“No quiero pedirles nada”. –Añadí-

“Les dejo aquí la flor por si quieren llevársela”

Continué mi paseo. Encontré un señor que vendía ropa de forma ambulante. Era una persona de mediana edad, moreno. Me miró y se acercó. Me enseño una falda de procedencia marroquí. Era muy bonita. Tenía muchos colores y cascavelillos.

Le dije- “no quiero comprar nada, pero tenga una flor”

El hombre insistió en superponerme la falda y le dejé hacer.

“Te queda muy bien”-me dijo-

“Gracias”, -añadí-

“Te la dejo por cinco euros”

“No, muchas gracias, no tengo dinero”

“Por dos entonces” –dijo-

Dos euros? Me pregunté. Es una ganga. Me encanta, es una gran oportunidad…

De alguna forma sentí que el señor quería regalarme la falda pero por alguna razón no podía.

Estuve conversando con el un rato, pero yo no estaba allí para comprar. Esa no era mi misión.

El señor miró la flor y me preguntó por ella.

“Es un regalo" -le dije-

Sonrió con los ojos muy brillantes, me dio las gracias y me pidió permiso para darme un beso, así fue.

Me despedí y esperé a que el semáforo se pusiera en verde. Mientras, sentí como aquel señor esperaba mirando, quizá sintiendo, quizá pensando…

Anduve caminando observando a las personas que me iba cruzando, sintiéndolas. Pasé por la puerta de un centro comercial y había un chico vendiendo periódicos. Me paró para ofrecérmelos y entonces recordé que tenía dos sonrisas de fieltro que había hecho días anteriores, así que decidí darle una. El chico me miró y observé su gran sonrisa, sus ojos brillaban. Me preguntó que era aquello y -le dije-“suerte compartida”. “Muchas gracias señorita”-añadió-

Le sonreí y continué andando.

Era hora de comer. Hacía una tarde calurosa así que decidí comprar algo de comida y comerla en el parque. Al llegar observé que el señor del banco se había trasladado al de enfrente pero no tenía la flor, la verdad es que me pregunté que habría sido de ella. Tras unos pasos, vi que seguía el mismo grupo de señoras y ahora almorzaban. La flor presenciaba radiante su mesa. Continué andando hasta llegar donde antes estaban los viejitos. Ya no estaban, pero la flor continuaba dónde la había dejado.

Me senté en el césped y abrí la comida. Había una paloma herida. Estaba casi inmóvil. Pobre, pensé. Que lástima…Decidí echarle unas miguitas y se acercó a comer. Parecía tener hambre y fue de un lado a otro buscando. Pronto las otras palomas de alrededor debieron darse cuenta de que allí había comida y no tardaron en venir. Me di cuenta de que la paloma herida se empezó a sentir nerviosa. Supuse que se sentía vulnerable e indefensa y poco a poco se fue alejando.

Proseguí con mi almuerzo viendo como algunas personas pasaban inadvertidas por el banco de la flor. Pensé en aquella bella sencillez.

Al cabo de un rato, pasaron dos chicas que no dudaron en cogerla y contentas continuaron su camino oliendo la flor.

Terminé de comer y volví. Quise sentarme en el primer banco donde había reposado el señor de la barba. El continuaba enfrente. Estuve sintiendo, acercándome, empatizando con aquella situación…

El parecía dormir.

Me da cierta vergüenza tumbarme en los bancos y mucho mas cuando estoy sola. Supongo que tiene mucho que ver con algunas antiguas creencias. Deseé atreverme, ganar a aquel sentimiento de inseguridad y temor. Acercarme un poco mas aquel hombre o quizá acercarme un poco mas a mi.

Así lo hice. Ya tumbada cerré los ojos. Escuchaba la gente pasar y por un instante sentí aquella vergüenza conocida. ¿qué pensarían? Pensé…

Después de unos minutos dejé de pensar y me limité sencillamente a ser. A estar allí sin juzgar. Me sorprendí totalmente relajada, casi dormida. Cercana al sueño escuche que se acercaba una tormenta pero no me moví, escuché truenos pero solo cuando la lluvia empezó a descargar me levanté de aquel banco. Observé al señor que también se había levantado y hubiese dado cualquier cosa por tener un paraguas para dárselo. Estuve sentada unos segundos, mirándole, viendo como recogía sus cosas y las guardaba en aquel carro. La lluvia mojaba mi cabeza y deslizaba por mi cara, no estaba físicamente incomoda, creo que la situación me acercaba aún mas a aquel hombre. Después de unos minutos anduve hasta el.

“Buenas tardes” –le dije-

“Buenas tardes” –contestó sonriente

Abrí la mano y le entregué la sonrisa

De nuevo, vi unos ojos brillantes, despiertos y agradecidos. Llenos de alegría y agradecimiento.

“Muchisimas gracias” –me dijo-

“Gracias a usted” –contesté-

Y acariciando su hombro añadí, “Le deseo una buena tarde”

Nuestras sonrisas volvieron a encontrarse y me dispuse a continuar mi camino una vez mas….


1 comentario:

Alex dijo...

Dichosos los que recibieron una flor de tus manos.
Espero paciente un día ser merecedor al menos de una sonrisa de Vos.